CAMPAÑA CONTRA LA VIOLENCIA FAMILIAR Y SEXUAL
CAMPAÑA CONTRA LA VIOLENCIA FAMILIAR
Hace muchos años atrás una chica me dejó entrever que su padre habíase aprovechado sexualmente de ella. No lo dijo directamente, pero fue con otras palabras muy clara. Tenía tanto odio en sus ojos, tanto desconsuelo e impotencia que me dejó casi petrificado por lo que me suponía eso. Luego en otras conversaciones soltó la idea de que ella había sido muy ingenua. Y como en el derecho nos enseñan la técnica de la integración, pude alcanzar a hilar unas frases con otras, llegando a la conclusión (espero en el fondo que sea errada) de que aquella chica había sido abusada sexualmente por su padre. Esto, por supuesto es un delito, pero no es el hecho que sea un delito lo que me afectó en aquel tiempo, sino el estado emocional en el que se encontraba la chica referida: simplemente estaba loca. Mucho más tarde, recordando esas impresiones, cuando trabajaba en la Corte, en el años 2005, inicié, gracias a la gentileza del Presidente de turno de la Corte Superior de Justicia de Tacna, una “Campaña inter institucional contra la delincuencia”. Era como una batalla quijotesca, pues pocos creían en lo que estábamos haciendo. Reunimos a magistrados del Poder Judicial, del Ministerio Público, a Defensores de Oficio del Ministerio de Justicia, a miembros del Ministerio de la Mujer, y coordinando con los Jueces de Paz, nos aprestamos a dar charlas en todos los lugares donde había un Juzgado de Paz. Era algo asombroso en ese tiempo, dábamos charlas hasta los domingos, y una de las participantes, una señora muy gentil que siempre nos acompañaba a las charlas, me dijo un día algo así: “por favor Dr. los domingos no hagamos las charlas, pues todos nosotros tenemos familia”. La linda señora me había puesto entre la espada y la pared. Era cierto todos ellos tenían familia con quien estar los sábados y domingos, y yo no, pues no soy de Tacna. Así que asentí. Pero pensé que esas charlas en todo Tacna, eran precisamente para fortalecer las familias, para que no existe violencia familiar y sexual en Tacna, para decirles a todos que ningún delito puede quedar impune, para demostrarles que hay gente sensible dispuesta hacer algo contra todo eso. Pues hacíamos las charlas fuera del horario de trabajo; es decir, con recursos propios, pues la institución no tiene presupuesto para este tipo de actividades. Pero lo anecdótico de todo esto es que no teníamos mayor apoyo de la prensa, puesto que ellos nos pedían estadísticas, es decir, cantidad de casos y pruebas. Esto no podré entenderlo creo nunca. Si las estadísticas son el fundamento de la preocupación de la sociedad por erradicar un tipo de conducta, entonces todo aquello que no tenga estadísticas será condenado al olvido y a la reiteración, o continuidad permanente. En el Derecho el razonamiento es diferente: basta que una sola persona haya sido lastimada, agraviada, violada en sus derechos para que la sociedad entera se preocupe, porque esa persona puede ser cualquiera de nosotros, y porque en el derecho una persona significa toda la sociedad, pues no hay otra sujeto más importante. Es decir no la cantidad de agraviados, sino el agravio es lo preocupante en el Derecho.
Hoy día las estadísticas sobre violencia familiar han salido al aire, y tal vez nadie recuerde que un grupo de personas inspiradas en la sensibilidad hizo enormes esfuerzos para llevar charlas para prevenir la violencia familiar y sexual. Lo curioso de todo esto es que la violencia familiar no sólo son violaciones sexuales, sino también maltratos físicos, psíquicos, y recuerdo que me encontraba tan alborotado por hacer algo contra este mal, que me olvidé que yo –de niño- también fui víctima de violencia familiar, pues mi padre nos asustaba terriblemente, en sus borracheras, y aunque nunca me agredió físicamente, mentalmente logró quebrar nuestras emociones, producto de ello (ahora lo puedo ver) es el hecho que sea tan nervioso. Mi padre tal vez no sabría que emborracharse, lanzar insultos, maltratar a mi madre, era violencia familiar, y tal vez todo eso era tomado como algo folclórico, pero hoy se que no es así, y que toda mi familia fue víctima de violencia familiar. Digo esto, porque nada debe ser oculto si es que se trata de detener la violencia; y porque mi padre, al igual que cualquier otro agresor, debe ser responsable de sus actos para que no se vuelvan a repetir, para que no quede impune, para que nadie más se atreva a usar la violencia de su fuerza, de su cargo (padre) o de su perversión. Porque los hijos debemos denunciar si los padres nos agraden impunemente, como un acto para detener estas agresiones, no como una venganza, sino como una técnica para prevenir la violencia, ya sea física o mental; puesto que nosotros somos el resultado de esas agresiones, somos el producto de sus desaciertos; algunos repetimos sus desequilibrios, otros nos asustamos tanto que juramos no ser igual a nuestros padres. Y por último, puedo confesar algo, el hecho que no me guste emborracharme (no digo que no tomo licor) es gracias a que yo siempre pensaba “en no ser nunca como mi padre”; aprendí, pues, por contradicción.