LAS OTRAS CONFESIONES
LAS OTRAS CONFESIONES
([1]) Esta palabra “Confesiones” ha sido ya utilizada por dos autores, grandes autores, Santo Tomás de Aquino (si no me equivoco) y Rousseau. Del último pude conseguir un ejemplar, traducido al español, por supuesto, en el cine Pacífico. Allí en el suelo distribuidos estaban varias revistas y libros. Un compañero me había dicho que se encontraban allí un ejemplar de las “Confesiones” de Rousseau. Yo no iba a dejar pasar esa oportunidad y fui al Cine; así que allí, rebuscando entre revistas y libros pude encontrar el tan preciado libro, en dos tomos pequeños, y los adquirí. Feliz quedé ese día. Rousseau en mis manos. Y nada menos que sus “Confesiones”. Pude leer el primer tomo, y luego se me perdió. Pero fue suficiente para entender quien era Rousseau. Te cuento algo.
Rousseau confiesa que ha escrito ese libro “Confesiones” de memoria. Desde joven se halla perdido, buscando, buscando saber qué es. Divaga entre un oficio y otro, camina mucho, le gusta viajar. De fuerte constitución. Pretende ser primero matemático, y luego intenta hacer operetas, compone música, pero estas no son su lado fuerte. Empieza a escribir recién a los treinta y dos años, de un tirón, que le dura aproximadamente doce años. Luego deja de hacerlo. Le sucede algo así como un cisma, donde su producción es ferviente, casi imparable, e implacable. Pero su tiempo no le reconoce. No puede con el fragor de su naturaleza. No puede con la hipocresía de su tiempo. Escribe, escribe, pero parece que el mundo formal no le entiende. Sin embargo, cuando se dio la revolución francesa, los grandes comentarios eran que esta, la revolución, se debió a la pluma de Rousseau y Voltaire. Roosseau no es, sin embargo, amigo de Voltaire. Es más, parece ser su antítesis. A pesar de haber colaborado en la gran obra de la Enciclopedia, dirigida por D’Alember y Diderot. Curioso es, sin embargo, que Rousseau y Voltaire murieran en fechas tan cercanas.
Los libros de Rousseau provocan. Muchas ciudades los queman como señal de desaprobación. Ginebra, la ciudad a quien el dedica uno de sus libros, también quema los libros de Rousseau. Este se siente fatigado por el desprecio de sus contemporáneos. Es perseguido por todos y se vuelve, por ello, un paranóico, un hombre que cree que todo el mundo lo persigue, que se siente espiado y perseguido, que siente que le quieren hacer daño. Y se esconde. (Confieso que un tiempo, muy breve, me volví algo paranoico, y creo saber la causa, querer que el resto te comprenda, te quiera y recibir siempre lo contrario. Estar preocupado mucho por lo que el resto piensa de ti, eso es lo que desencadena la paranoia. Ya no soy paranoico, pero pude conocer sus rasgos).
Rousseau en sus caminatas es acogido por una dama, mayor que él, que le provee de alojamiento. Esta dama lo mantiene, intenta de hacer de Rousseau un hombre de bien, le enseña lo que sabe, y en ella Rousseau confiesa haber aprendido incluso las glorias del amor. Pero un día ve a otro joven, que la dama ha acogido también, y a quien ahora le dedica sus atenciones. Rousseau se siente o resiente y se va. Además la dama había ya resignádose a no “componer” al joven Rousseau.
Rousseau es un hombre muy sensible. Un día, confiesa, le encierran en una habitación, y luego entra una mujer hermosísima, desnuda. Y él, el joven Rousseau sólo se pone a llorar. Por supuesto, cuenta, que la dama se enfada, y le increpa. Piensa que Rousseau la está despreciando, por que no tiene un pezón, pero Rousseau no se había percatado de eso. Lloraba porque le parecía la chica más linda del mundo y porque no podía concebir la dicha de ser tan agraciado de tener ante su vista a alguien tan bella.
Bien, ya hablé mucho de Rousseau.