EL DERECHO A NO VIVIR
Nosé cómo, ni porqué, ni de donde fue que de niño tenía ciertos razonamientos sobre vivir, y en exclusivo sobre el hecho de venir al mundo. Por ejemplo, pensaba que no era justo venir al mundo, porque a mi no me habían pedido mi consentimiento, que estaba en el mundo contra mi voluntad, o sin tomarse en cuenta mi voluntad, que yo no tenía la culpa de vivir, de existir, que eso había sido una arbitrariedad de mis padres. Así me quejaba muchas veces para mi solo, y a veces para mis familiares, pues no entendía que diablos yo hacía en este mundo; y pensaba casi siempre, en que si me hubieran dejado decidir si venir o no yo hubiera decidido no venir a este mundo.
No recuerdo mucho de estos razonamientos, pero fue hasta ya mayor de edad, que seguía con estas hipótesis: los padres no deben traer hijos si no les pueden dar una buena vida, o al menos una vida digna, sin limitaciones, o restricciones. Así que decidi nunca tener hijos, porque no quería que les sucediera lo que a mi, que pensaran en que yo los habría traido contra su voluntad. Claro que preguntarle a un niño, feto, antes de nacer, es imposible física y jurídicamente; pero yo nunca entendí eso, y alegaba que no estaba de acuerdo con el hecho de haber sido traido al mundo.
Mas tarde estas ideas, me sonaban cercanas a las que decía Sábato, el gran escrito argentino. Y luego seguí con mi teoría: los padres no deben traer al mundo hijos si no pueden darles una vida digna; puesto que un niño, un nuevo ser humano, no puede ser traido al mundo al azar, a ver qué pasa, a ver cómo se las arreglan para alimentarlo, vestirlo, darle educación, etc.; un niño no puede ser el libre antojo de una noche de pasión, o un ente con quién llenar los vacíos de los seres humanos que quieren hijos para sentirse llenos, madres, padres.
Tanta era mi insistencia en este tema que llegué a pensar que los padres debían pagarnos una indemnización por habernos traido al mundo contra nuestra voluntad; y es más cada vez que necesitaba algo, y veía que mis padrés no me podían ayudar recordaba que yo no había tenido la culpa de venir al mundo, a complicarme, a complicarlo.
El problema para mi era mucho más grande, pues, si los padres nos habían traido sin nuestro consentimiento, o no pudiendo sostenernos, ni almentarnos, éstos, debían ser tratados como delincuentes, pues no sólo perjudicaban al niño nacido, sino a toda la sociedad, pues el problema se expandía a toda la sociedad: un niño con todas esas carencias termina por lo general siendo un problema para la sociedad, o un delincuente, o un resentido, y hará pagar caro a la sociedad que lo rodea. Yo tuve que dejar de pensar en esto para no resentirme, pero aún tengo la idea de que los padres nos deben algo: una explicación, unas disculpas, por habernos traído en estas condiciones. Y fue por eso, que nunca quise tener hijos, y no los tengo hasta hoy: porque no quiero que sientan lo que yo siento: que no quise venir al mundo, y que estoy aquí contra mi voluntad, y que no puedo remedir tal situación por cobardía.