MIS CONFESIONES (Mi primera negación a la paternidad: "Yo ALEX TORRES")
MIS CONFESIONES
"MI PRIMERA NEGACION A LA PATERNIDAD"
Mi signo es Leo, es cierto, pero no soy sólo eso, sino otras cosas más.
Nací el 9 de agosto. Mi linda mamá me dice que a eso de las nueve de la mañana; y aunque yo estuve presente no me acuerdo; además en ese tiempo, como es lógico, no tenía percepción del tiempo. Hoy aún tengo un rezago de esa primera experiencia temporal, pues aún no tengo mucha percepción del tiempo.
Mi padre parece haberme dado el nombre de Alex, y mi mamá el de Ricardo. Quedó, pues, mi nombre registrado y determinado: Alex Ricardo. Nombres que realmente me gustan. El primero suena a inglés, y el segundo también, ¿ curioso? ¿No son los ingleses quienes tienen por fama ser los más formales y elegantes, al lado de los franceses? Al menos si no soy muy elegante que digamos, tengo si el signo de ello en mi nombre.
Mis apellidos son Zambrano, por lado de mi padre, y Torres por el lado de mi linda mamá.
En mi niñez, debido a la distancia con mi padre me gustaba llamarme Alex Torres, y en mis cuadernos, al borde, ponía siempre este nombre “Alex Torres”, como para negar la descendencia paterna y afirmar la materna.
Sin embargo con el tiempo he aprendido a no renegar de mi apellido paterno. El no tiene la culpa, y no significa nada un nombre sino el ser que lo usa. Además, no puedo negar que tuve un abuelo, por el lado de mi padre, muy cariñoso e inteligente, al cual yo quería un montón, pero con ese sentimiento lejano, de quien sólo ha tenido muy poca cercanía y frecuencia en el trato. Recuerdo, sin embargo, que mi abuelito, que vivía en el valle de Moquegua, nos contaba, por las noches, lindos cuentos. Era realmente un narrador, un hombre agradable y buenagente, cariñoso pero no como los demás, que te apachurran, sino discreto. Eran sus palabras, su trato, sus actos lo afectuoso. Y siempre decía de nosotros -de mi hermanita y de mi- que éramos sus mas tiesos nietos (para él tieso significaba los más valientes y valerosos, los más queridos). Era agradable escuchar al abuelito, contando sus historias por las noches, cuando comíamos a la luz de unas velas, en el comedor cocina de la chacra del abuelito. Mientras la abuelita, con la que nunca me llevé bien, servía la comida.
Recuerdo que cuando, muy de vez en cuando, llegaba a la chacra de mis abuelitos, encontraba a mi abuelito Teodosio -que así se llamaba- regando. Me saludaba afectuosamente, me llevaba inmediatamente al tunal, cogía unas tunas y las abría, como abrir una flor, con sus propias manos, dejando el fruto dispuesto para que nosotros lo cojamos y disfrutáramos. Esa era su forma de recibirnos, con un presente llamado tuna. A nosotros, por cierto, nos encantaba. Era la fruta más deliciosa que yo conocía, y quedaba super agradecido. Luego de empacharnos con tunas que el abuelito se aprestaba a darnos, sacaba él un periódico de su bolsillo trasero, lo abría, señalaba un articulo y me decía, lee esto y dime que quiere decir, y luego sonreía. Era como un juego, como decir “yo soy un viejito, explícame por favor”. Yo intentaba en vano leer aquel pequeño artículo, un poco inquieto, y luego me apresuraba a explicarle lo que quería decir. El abuelito sonreía, y cuando terminaba de darle mi explicación, sacaba una lupa, cogía el periódico y empezaba a decirme lo que el entendía, con un estilo asombroso. El había desmenuzado ese artículo y sabía perfectamente que significaba. Yo lo admiraba entonces. Escuchaba encantado a ese gran hombre, alto, a quien le debo la talla, y agradable, explicándome como un profesional, elegante y muy lúcidamente lo que el periódico quería decir. Tal vez esa fue mi primera percepción de lo que el lenguaje significaba. Ahora que lo pienso. Mi abuelito no necesitaba de ternos, ni de corbata, ni zapatos, el usaba botas, cuando regaba en la noche, y sandalias, cuando regaba en la mañana. Bueno, como decía, no necesitaba nada de trajes para mostrarse elegante, digno, admirable. Su mirada serena y amigable, su lenguaje sencillo pero no simple, su tono de voz, y la forma como decía las cosas me dejaban la impresión de estar ante una autoridad, ante un hombre culto. Yo me imaginaba muy lejos de su sapiencia, y creo que lo mismo les pasaba a todos.
Fue por ese lado de la vida, de mis antepasados, que comencé a dejar de lado la antipatía por el apellido paterno, y hoy no tengo mayores problemas.
Sigamos. Esto va a ser un poco difícil. Borges decía -usando a Funes el memorioso (uno de los personajes de sus libros), que necesitaría 24 horas para narrar lo que el día anterior le había ocurrido. Es decir 24 horas para contar que le había pasado las veinticuatro horas anteriores.