ETICA PARA SECRETARIAS

24.05.2010 19:10

 

ETICA PARA SECRETARIAS

Por: Alex Zambrano Torres

  

INTRODUCCIÓN

 

Nada más agradable que hacer una clase para bellas y amables secretarias, todas ellas rebosantes de vida, todas ellas llenas de “clase” y perfume, todas ellas dulces y encantadoras. Nada tan agradable me había pasado antes, que yo recuerde. Y hoy, como un ensueño, como un bello despertar en el cielo, he aquí que me encuentro en medio de ese ramillete de lindas damas dispuestas a escuchar, a aprender, a reír, a sonreír, a degustar unos momentos del aventurero discurrir sobre la Ética. A pesar de que su trabajo las envuelve en innumerables actos han logrado disponer delicadamente su tiempo, haciendo lo que mejor hacen: organizar el tiempo, disponerlo de tal forma que quede siempre un sabor a orden, responsabilidad y clase. Intrépidas y encantadoras, saben combinar siempre parte de su atareado tiempo, tan delicadamente dispuesto, tan útil, con las disposiciones que el mercado exige: Curriculum. Así que -a pesar de todos los inconvenientes posibles- se han pertrechado de valor -como siempre- y han decidido ir a tono con los tiempos.

 

Pues bien,

“hubiera querido detener con mis manos lo último que queda de la noche, y sentir siempre una bella sonrisa rozando mi mirada.”

 

Pero la clase debe continuar, o mejor, empezar, así que aquí va un poquito de mi, de lo que entiendo de Etica, que espero pueda servirles de algo, o simplemente ayudarles a “vivir mejor”. El primer requisito de la vida: “saberla vivir”, (ese es un primer concepto de ética). Y no se trata de un proceso cognoscitivo, de conocimiento, de sapiencia, sino de instinto, de intuición, y es precisamente eso lo que parecen tener desarrollado las mujeres mejor que los hombres: instinto, intuición. A pesar de que -dicen las malas lenguas- el cerebro de la mujer es un 10 % menor que el del hombre (el de éste mide 1,4 kilogramos); eso cuenta Isaac Asimov, pero agrega que ello no influye para nada en la capacidad mental de la mujer. No es una ventaja o desventaja intelectual. 

 

Hemos de intentar un discurso sobre la Etica, esa Etica teórica, distinta a la práctica, pero, espero, sirva para aprender a vivir, a vivir mejor, es decir para la práctica.

 

Nada tan sencillo y tan complejo o complicado a la vez que saber aquello que todo el mundo cree saber: lo que es Etica. Saber es sólo un proceso cognoscitivo -ya lo dijimos-, vivir es más bien una experiencia; y Etica es más que un saber, una experiencia, una hermosa experiencia, que empieza con una “decisión”, continúa con una “voluntad”, y que termina con el fenecer de nuestra existencia.

 

“Ser ético ahorra mucho esfuerzo, mucho trabajo, mucha ‘chamba’”.

 

 

EL PROBLEMA:

 

 

¿Sobre qué hablar si pareciera que ya todo el mundo sabe lo que es la Ética, si es más, hablar sobre ésta sólo parece un discurso de moda, o para “mojigatos”, cursis y anticuados sujetos, cuando la vida es más que eso?

 

Es difícil, muy difícil saber qué es Ética, y para qué nos sirve. Es más, pareciera que nos basta con lo que nos enseñaron en la escuela, y con lo que nos repiten en la calle, en las charlas entre amigos, en los discursos públicos de autoridades y políticos. Pareciera que eso es todo. Fin de la historia. No hay razón del diálogo, no hay razón del discurso ético. La vida, por suerte, ha probado una y otra vez más, que estamos equivocados, que la Etica es importante, no para parecer buenas personas, no para vestirnos con ella como ropajes de fiesta, como ternos o vestidos de ocasión, sino para “vivir y no destruirnos”, para poder “coexistir”. Hoy, la realidad, nos muestra con su cruda manera, como una bofetada, que la Etica es más que importante: un instrumento para poder vivir, una “disciplina para vivir mejor”.

 

Claro que no todos lo entienden asi, todos, o casi todos hablan de ética por aquí, ética por allá -como eminentes profesionales de ello-. Sólo que estos discursos parecen quedarse en eso: puro discurso, puro hablar. Y ética, bellas damas, no es un vacío e infértil discurso, no es un puro hablar por hablar, es ante todo “un actuar”, es -para decirlo en términos religiosos- “un estilo de vida”. Pero ¿qué estilo de vida? Estilo y sentido Sentido y estilo de vida.

 

 

SAVATER Y LA ETICA

 

Tenemos que ayudarnos de un autor digerible para hablar de Ética, y he encontrado uno que parece adecuarse con la gracia y la sencillez requerida: Fernando Savater, genial escritor español, con fuerte sentido del humor y brillante capacidad crítica.

 

Una disciplina para vivir mejor:

 

La primera idea planteada por Savater sobre la ética es esta: la ética no es más que una disciplina para vivir mejor. Así de sencillo, así de escandalosamente sencillo. Se vive mejor con la ética. ¿Eso es cierto? ¿No es la pillería la mejor manera de ganar dinero y por lo tanto de tener éxito, y por lo tanto de vivir mejor? ¿No vemos a cada rato exitosos encorbatados saliendo de sus lujosos autos, con sus bellas mujeres de turno, relucientes, sonrientes, felices y con todo el “rumor” encima de que han obtenido su fortuna por medio “nada éticos”, porque “Etica -para los no entendidos- es sinónimo de pobreza” y “Éxito sinónimo de pillería, ambición, etc”?

 

Realmente la formulación anterior parece ponernos en una encrucijada, casi insalvable, ¿cómo responder a esto que pareciera algo irrefutable, cómo salir airoso del lío?, porque decir simplemente que esos señores no son felices, que sufren, que su felicidad es efímera y superficial, que son materialistas, que no saben lo que es el sentimiento auténtico que te da la pobreza, porque todo lo que tienen, todo lo que se les ha acercado, desde mujeres hasta amigos, es simplemente por interés a lo que tienen a lo que representan: poder, éxito. Tampoco podemos ir en ayuda de la conciencia, ese yo interno que te dice que vivir honestamente te hace mejor hombre, porque la vanidad es más fuerte que ese conocimiento propio; que uno sepa de que es buen hombre y honesto no es un sentimiento tan grande y fuerte como el saber que “el resto lo sabe”, a través de ese concepto “reconocimiento”. Es más, si sabemos como Corniegue que el fundamento de nuestra vida es el sexo y la vanidad, y que nuestro interés está en relación exacta con eso, entonces no comprenderemos muy bien para qué nos sirve la ética si seguimos pobres, abandonados, poco considerados, y no reconocidos.

 

Realmente una encrucijada de la cual es muy, pero muy difícil salir. Veamos si salimos o no.

 

 

LO QUE DE ETICA SE DEBE SABER POR QUE EN ELLO “NOS VA LA VIDA”

 

Hay saberes que no necesitamos, pero hay otros imprescindibles de conocer, “Se puede vivir sin saber astrofísica, ni ebanistería, ni fútbol, incluso sin saber leer ni escribir: se vive pero, si quieres, pero se vive. Ahora bien, otras cosas hay que saberlas porque en ello, como suele decirse, nos va la vida. Es preciso estar enterado, por ejemplo, de que saltar desde el balcón de un sexto piso no es cosa buena para la salud; o de que una dieta de clavos (¡con perdón de los fakires!) y ácido prúsico no permite llegar a viejo. Tampoco es aconsejable ignorar que si uno cada vez que se cruza con el vecino le atiza un mamporro las consecuencias serán antes o después muy desagradables (…) Se puede vivir de muchos modos pero hay modos que no dejan vivir.”[1] De esto se trata la Etica de saberes que no podemos dejar de conocer, por que de lo contrario vivimos mal. El problema es que eso de cómo debemos vivir no se ajusta a un patrón tan sólido e inamovible, es decir no es un patrón básico permanente e universal, sino que es más bien variable de acuerdo al contexto histórico, de acuerdo a una determinación de espacio y tiempo. Lo que si es seguro es que el ser humano siempre está en evolución, en progreso, “Si consideramos el destino de la especie, que no consiste en otra cosa sino en progresar hacia la perfección,…”[2] Lo que si funciona es más bien que el ser humano responde a ciertos principios[3], pero estos principios siguen variando. Estos principios sin embargo pueden ser concebidos como morales, o éticos. Veamos algunos disgregaciones conceptuales sobre la moral.

 

* * *

 

Otro factor a analizar: La Moral.: ¡Ser inmoral!. Sé que eso es sentenciado de antemano. ¿No habríamos de ser todos morales para la tranquilidad de todos los demás? Esto nos viene como cataplasma del tiempo. Moral, se dice, es acogerse a los mandatos de la mayoría. Hacer lo que todo el mundo hace. Seguir los ritos de la tradición. Pensar de acuerdo al hábito regular. Sentir pudor cuando hay que sentirlo. «Pudor es un sentimiento pusilánime» diría Sade. ¿Qué significa todo esto de la moral? ¿Una coartada para tergiversar la naturaleza humana?. ¿Por qué uno tendría que ser moralista? Esto último es la pregunta que siempre debieran hacerse los hombres antes de actuar moralmente.

 

            Moral y buenas costumbres son sinónimos en el lenguaje cotidiano. Pero ¿puede algo ser “buena costumbre” si es moral? Moral significa tradición, y tradición hábito, y hábito acto humano aprendido y repetido por inercia, pérdida de la conciencia del porqué se hace tal o cual cosa. Nietzsche y Luis Diez Picazo certifican esto último dicho.

 

            Hay que advertir primero que la moral pone sus propias trampas para que no te salgas de ella. La moral precepta: no hagas eso porque está mal. ¿está mal? No preguntamos más -y ahí está el problema. 

 

            Fernando Savater nos explica mejor el fenómeno paradójico de la moral, su lado oculto. Nos revela el centro de la moral, la tan manoseada moral, del que todos hablan como un fin, pero nunca entienden muy bien como funciona, y no saben que en realidad es un medio, un puente. Bien, Savater explica la característica negativa de este concepto, y dice: “la moral no es otra cosa más que la posibilidad aceptada y venerada de pensar contra uno mismo, de juzgarse y sancionarse a uno mismo, de acuerdo con una regla suprema y general: ser moral es admitir la posibilidad de tener culpables remordimientos por haber hecho algo que realmente se quería hacer, o aún peor, admitir contra toda evidencia de nuestra carne y de nuestro espíritu, que uno no quiere realmente hacer nunca más que lo que la moral ordena, y que sólo por incidental desvío se infringe la norma.” . Basta.

 

            ¿Hay algo más complejo que la moral? Cuando se dice moral se dice, vanidad. Queremos hacer lo que todo el mundo acepta que hagamos, para que todo el mundo nos quiera, nos acepte, nos admire, etc. No hay mayor placer en el hombre que aumentar su vanidad. ¿no es todo vanidad de vanidades? El quit del asunto: nuestra vanidad. El quid de la moral: la vanidad. En política el quid del asunto es el poder.

 

            La moral parece ser, la mayor de las veces, sólo una capa, un disfraz a partir de donde los demás pueden aumentar mezquinamente sus virtudes. Se utiliza esto de la moral como trampolín de la imagen. Un amigo me decía: «Recuerdo veinte, treinta, una hora, discutiendo con una chica que bailar en la calle no está mal, que besar en la calle tampoco lo está. ¿Puede un acto natural pasar por malo?, ¿por qué la expresión genuina del amor (y amor es el valor y sentimiento más noble) puede ser malo?. Sólo la moral te dice que eso es malo. Es cierto, eso hace la moral: convierte todo lo noble, lo puro, lo bello, lo natural en sucio, prohibido, mezquino, vergonzoso, reprobable.

 

            La moral prohíbe pensar, e incluso nos obliga a autocastigarnos. Protege a la tradición de cualquier examen, o expurgación. ¿Qué otra arma más eficaz contra la conciencia? Abraham y su historia bíblica muestran la eficacia de la moral. No se dice de él mas que en lo que la Biblia está, es decir lo moralmente permitido. Cuenta Voltaire que este ingenioso hombre, Abraham, hizo con su mujer un instrumento de negocios. Abraham tenía ciento treinta y cinco años y había estado recorriendo el mundo al lado de su mujer, jovencísima a su lado, de unos sesenta y cinco años, Sara, bella, muy bella según las narraciones. “Y como era muy hermosa, resolvió sacar partido de su belleza. ‘Finge que eres mi hermana, la dijo, con objeto de que por serte a ti agradables me favorezcan a mi’… El rey se enamoró de la joven Sara y dio al pretendido hermano [Abraham] muchas ovejas, bueyes, asnos, burras, camellos, servidores y sirvientas” Y así, el buen Abraham hizo negocio con la belleza de su esposa. Voltaire escribe: “Puede decirse que Abraham se hizo rico a costa de su mujer”. Podemos preguntarnos, ¿fue Abraham moral?

 

            Y bueno, si moral es costumbre ¿Cristo lo fue? Cristo contradijo las “costumbres” de los sacerdotes de su tiempo, al costo que estos lo condenaron y crucificaron, por razones estrictamente morales.

 

            También ser homosexual es otra excusa para utilizar a la moral como excusa. Y Voltaire, otra vez comenta que incluso «La piadosa señora Bourignon está segura de que Adán había sido hermafrodita, como los primeros hombres del divino Platón».

 

Tantos y tantos prejuicios, como aquellos de la antigüedad y el alma. Antaño -por ejemplo- en el Perú la existencia del alma determinaba su condición de hombre con derechos. Por eso la necesidad de tener alma. Si el indígena tenía alma podía ser tratado como hombre y por lo tanto ser libre; si no tenía alma merecía la esclavitud y la “protección” de los conquistadores. ¿Cuántas intelectualidades habíanse inclinado por la inexistencia del alma en el índígena? Cosas así de estúpidas se han dado en toda la historia, resguardados por la moral, por la costumbre. Cosas como por ejemplo la que nos cuenta Voltaire -otra vez- ¿Donde está el alma? Se preguntaban en la antigüedad. Está en Dios respondía unos, “Anidan en los animalículos seminales, grita éste. No, dice aquél; van a habitar en la trompa de Falopio. Todos os equivocáis, dice un inesperado: el alma aguarda seis semanas a que el feto esté formado, y entonces toma posesión de la glándula pineal; pero si encuentra un falso germen, se vuelve, esperando una ocasión mejor.”. Cosas y más cosas, tan absurdas como la vida, y tan reales por su mismo absurdo.

 

Podría, además, citarse a Nietzsche, que sentencia; “La moral no es más que la obediencia a las costumbres, y las costumbres son la manera tradicional de conducirse. Donde no se respetan las costumbres no hay moral; cuando menos influyen aquellas en la existencia, menor es el círculo de la moral. El hombre libre es inmoral, porque quiere depender en todo de sí mismo y no del uso establecido. En todos los estados primitivos de la humanidad lo malo equivale a lo intelectual, a lo libre, a lo arbitrario, a lo desacostumbrado, a lo imprevisto, a lo que no puede calcularse de antemano.”.

 

            Hoy hay que recordar que incluso el término respeto funciona como un arma mortal para cualquier tipo de evolución: ¿quieres usar de tu libertad y creatividad?, cuidado pues en el acto te ponen un argumento fatal, definitorio, inquebrantable: “no puedes jugar con eso, eso es para que se respete”, por lo tanto, es sagrado, intocable = dogma. No te explican porqué se debe respetar. Ser patriota es bueno, pero mejor es saber porqué se lo es.

 

* * *

 

 

Para escarbar un poquitín más sobre lo que es la moral hemos de verlo a través del lente de la realidad, el derecho, la sexualidad y los actos de ocultamiento, que a continuación reseñamos:

 

 

MORAL Derecho Y ACTOS DE OCULTAMIENTO

 

 

«Todo es grosero en mí; me falta gentileza y belleza. No sé hacer valer las cosas por lo que más valen; mi estilo no favorece al tema. He ahí por qué necesito un tema fuerte, que tenga múltiples asideros y que luzca por sí mismo.» (Montaigne)

 

«Amor es una vía con cierto significado; sexo es significado suficiente» (Bukowski)

 

«La causa de mi desgracia no es mi manera de pensar, sino la manera de pensar de los otros.” (Sade)

 

 

            Tocar el tema de la sexualidad («sexualidad que está cargada de significaciones que la superan», y que «constituye el más activo y enérgico de los «resortes» de la conducta humana. /Shopenhauer) en un medio sospechosamente pacato puede parecer un tanto atrevido, a veces hasta descarado y peligroso; pero inhibirse de hablar de ello ¡en estos tiempos! sería realmente escandaloso, grotesco y ridículo. No hay, pues, ganas de ser ridículo con falsos moralismos y miedos con ventisca cristiana, y menos para asustarse por la «opinión pública», aunque ésta ha sido siempre de cuidado, altamente corrosiva, mezquina, abundante en barbaridades y prejuicios -es más, se puede decir que es la «opinión pública» la que cultiva y perpetua los «prejuicios», que, al decir de Voltaire, no son más que «opiniones sin juicio»-. Todas las multitudes, y la «opinión pública» es multitud, pueden aplastar al individuo sin un ápice de culpa, engarzados en el argumento de «todos lo hicimos». Sin embargo, vale recordar también -en defensa de la libertad- que incluso en la Edad Media -la sospechosamente nominada edad de la oscuridad, del ocultamiento- se hablaba del sexo (hasta en materia divina) públicamente con cierta libertad y peculiaridad, y no sólo en las calles sino precisamente allí donde la decencia («otro uso gótico», «otro hechizo», decía Sade) y las buenas maneras se imponían, es decir en los medios académicos. Eso es al menos lo que cuenta Carlos Ramos Núnez -jurista, metodólogo, investigador y divertido narrador- en su locuaz y lúcido libro: “Cómo hacer una tesis de Derecho y no envejecer en el intento”, en el que introduce un asunto sexual con la fácil excusa de presentar un ejemplo de lo que era una tesis en la Edad Media: “Tal vez -escribe- para entender mejor el significado de una tesis valdría la pena recordar aquellas que se elaboraban en la época medieval que consistían tan sólo en la defensa oral de una posición polémica: Los ángeles carecen de sexo. Otro estudiante, con apoyo de las escrituras, retrucaría: Los ángeles tienen sexo masculino. Otro diría, a la luz de su bello aspecto: Los ángeles son mujeres.”. Y así, el tema era determinar el sexo de los ángeles y plantear hipótesis respecto de ello con total libertad.

           

            Sin embargo, a pesar de haber pasado ya tanto tiempo desde la Edad Media, la Edad «oscura», la edad del «ocultamiento», de haber trascendido por el siglo de la Ilustración, el siglo de Las Luces, de llegar a la era de la modernidad, de plantear una nueva era, la de la postmodernidad, etc, el sexo aún sigue en «oscuras y disimuladas celdas axiológicas»; el sexo aún es tocado con «excesiva reticencia», reprimido por conceptos «omnipotentes»: «moral», «cultura», «civilización», etc, términos pretenciosos, sospechosamente virales, disformes, que han logrado que la relación sexo-necesidad- realidad haya ido siendo desconectada a nivel colectivo y público de sus fibras auténticas. El hombre así ha ido negando su subjetividad, su yo interno, con una brutalidad asombrosa.

 

            Todas las negaciones de esa relación sexo-necesidad-realidad categorizadas en el orden de los hechos podrían ser denominados: «actos de ocultamiento de la sexualidad», que tienen como misión «funciones de normalización». Lo curioso es que para ello (ocultar y negar los «dictados inapelables de la genitalidad») se ha utilizado al paladín de la libertad: al Derecho, al ius, usando de su fuerza coactiva tan vil y descaradamente como haya sido necesario. Basta recordar -para corroborar lo dicho- que quienes intentan ser sinceros -sexualmente hablando- son sacrosantamente bloqueados por reglas de orden moral, respaldados por normas jurídicas, sin importar que estas normas -morales y jurídicas- sean tan hipócritas como contrarias al ser mismo, al humano en su plena naturaleza sexual y condición genital.

 

            El asunto es más complejo si se observa cómo -en el terreno axiológico- los valores que por sí son ya de carga positiva se transforman y son más bien negativos para la libertad. Por ejemplo, los «valores» usados para bloquear, negar, y eliminar el conocimiento y práctica de la actividad sexual (y por lo tanto de la libertad) han sido los mismos que se esbozan como valores supremos por excelencia: “dignidad”, “moral”, “respeto” “buenas costumbres”, “pudor”, “bienestar social”, “orden”, «decencia», «civilización», «cultura», «progreso», etc. Valores que tienen un significado positivo de pronto se llenan de contenido negativo. Valores que se proponían liberar la capacidad creativa del hombre (Nietzsche lo llamaría la ‘voluntad de poderío’: dar rienda suelta a nuestras potencialidades; o en sus palabras: “…, dar libre curso a su fuerza”) han servido exactamente para lo contrario. Sin embargo, no negamos de estos valores sus rasgos benéficos, pero tampoco olvidamos su lado oscuro, que parece ser más directa y eficaz, hasta porcentualmente mayor. No olvidemos que la fuerza de estas instituciones axiológicas es endemoniada y feroz; e incluso tienen una carga de «autocensura» espeluznante, demoledora, ante la que el individuo no puede oponer nada si no quiere verse estigmatizado como «irrespetuoso», «hereje», «blasfemo», «mal educado», «antisocial», «rebelde», «delincuente» etc. El hombre, pues, se calla. Pero ese callarse, ese «seguir la corriente», ese ser «prudentemente normal» logra poner en evidencia la falta de fuerza del hombre para afirmarse como individuo -dueño y hacedor de si mismo- y para conservar su autenticidad. Es por este tipo de fenómenos por las que ser «auténtico» en este mundo es realmente dificil sino imposible. Lo peor es que la sociedad misma esta entrenada para no permitir al individuo la autenticidad, escapar al rebaño. Por eso irse «contra la corriente», contra lo que opinan «los demás», por ejemplo, resultaría una monstruosidad, una contradicción al colectivo, y el colectivo, la sociedad, el todo, tarde o temprano aplastaría al atrevido. No se logra entender que «no somos dueños de nuestros gustos» diría Simone De Beauvoir.

 

            Es más, aquellos que intentan saltar los límites de la «normalidad» se convierten de inmediato, colectiva y subconscientemente, en una especie de «parias», «apestados», «herejes», «traidores», etc, personas a las que hay que negar, evitar, eliminar. Lo curioso -como dijimos- es que son precisamente ciertos conceptos con carga altamente axiológica (civilización, moral, cultura, decencia, etc.) los instrumentos usados para anular cualquier intento de independencia. Los actos de ocultamiento se manifiestan así en su máxima expresión. El sermón colectivo -según estos términos-: «no pensar» ni hacer nada, nada fuera de los cánones establecidos. Todo debe ser como es y no pasar de allí. Las cosas deben cambiar lo suficiente como para que nada cambie (Mangabeira lo llamaría Modernización Tradicionalista). Los valores «salvadores», «civilizadores» se vuelven de esta manera en contra del propio individuo. Y el hombre se resigna así a ser, mental y genitalmente, un «castrado», alguién con «culpable incapacidad» -diría Kant.

 

            Al parecer -luego de lo observado- se podría decir que somos «negativamente morales», «negativamente decentes», «negativamente civilizados», etc. Esto por supuesto no quiere decir que todos los valores son negativos, sino mas bien que es dañino todo aquello que va contra nuestra propia e interna condición de ser humano, de hombre libre e incluso -en el orden sexual- de tener, desde que nacemos -según Freud- la líbido (apetito sexual) a flor de piel. Deducción: la textura de los «valores» en el momento que niegan nuestra libertad dejan de tener «valor».

 

El desface axiológico se evidencia más en el cosmos sexual. Por ejemplo, hablar sobre el sexo abiertamente aún es «sospechoso»; a pesar que incluso ya Kant explicaba un dato importante sobre la sexualidad: «Después del instinto de nutrición, por medio del cual la Naturaleza conserva a cada individuo, el instinto sexual, en cuya virtud se conserva la especie, es el más importante.». Suficiente razonamiento como para levantar todos los velos sobre la sexualidad, pero no ha ocurrido así. Claro, se dirá que hoy nadie tiene ya pudor en hablar públicamente sobre el sexo; hoy el complejo está superado, por lo tanto el tema es irrelevante. Si el sexo ya no es tabú en estos tiempos eso significaría que tampoco existen «actos de ocultamiento de la sexualidad». Conclusión de esa cosmovisión: hoy el sexo se habla y practica con total libertad; «¿Estaríamos ya liberados de esos dos largos siglos donde la historia de la sexualidad debería leerse en primer término como la crónica de una represión creciente?»(Foucault). Bien, pues yo digo que eso es sino completamente falso al menos «inexacto». No es cierto que el sexo haya dejado de ser tabú (como también lo entendía Foucault) porque bastaría ver «cuantas precauciones tomamos para mantenerlo todo en el espacio más seguro y discreto». Es más, ninguna institución  podría auspiciar, descarada y abiertamente, un proyecto donde los términos sexo crudo, desnudez, poesía erótica, exhibición genital, sean tratados con suficiente desparpajo y libertad. Inmediatamente se confundiría sexo con pornografía, desnudez con morbo; y cualquier intento de ahuyentar todo mal entendido sería ineficaz e inútil. Es decir: el sexo sigue siendo tabú, ¡aunque usted no lo crea!. El sexo es algo de lo que se habla públicamente «a media voz» aunque se desea exultantemente. ¿Por qué ese pudor público? ¿por qué ese silencio? Los moralistas tienen una fórmula para lograr este silencio público, y desterrar el tema a otros lugares: «Todo tiene su lugar» -dicen. ¿Cuál es el lugar para la sinceridad ? ¿en qué momento se debe ser sexualmente sincero?, preguntaría. El problema de la sexualidad, del erotismo es que «no se limita a una actividad individual: es también un desafío a la sociedad» (Simone De Beauvoir).

 

Es evidente, entonces, que aún hoy existe un cierto temor a exponer nuestros pensamientos con total sinceridad, por ese afán de librarnos del término acusatorio de “morboso”, ‘indecente’, ‘atrevido’, ‘malcriado’, ‘antisocial’, «inmoral», etc, apelativos que nos condenaría a perder nuestra muy buena imagen pública de “normal” y “sano”, tan necesarios para formarnos una carrera laboral, política, económica (ser sincero «consistiría en ir contra toda la economía, todos los ‘intereses’ discursivos que la subtienden» /Foucault). La jungla urbana es atroz, feroz y despiadada cuando se trata de acusar. Sin embargo, no hay que olvidar que «la sexualidad no pertenece a la biología: es un hecho social» (Simone de Beauvoir), y que decir la «verdad» es más un fenómeno político que social, «pues el menor fragmento de verdad está sujeto a condición política» (Foucault).

 

            Hay otros datos claros del problema planteado. Por ejemplo, te hallan con revistas Play Boy, y «al toque» eres catalogado como «morboso», «obseso sexual» ( sin saber bien siquiera qué significa eso de «obseso sexual». « ‘Obseso sexual’ es una persona que tiene su sexualidad bloqueda y reprimida.» -escribía Chimo Fernández de Castro). Si dibujas o pintas desnudos te tildan de «enfermo». Para hacer todo eso necesitas un título, el de «Artista». Claro, «todo tiene su lugar». incluso para ser loco existe una casa. ¿Cuál es la casa de la sinceridad sexual? Veamos ese otro ángulo.

 

            Existen ciertos lugares estrictamente «inmorales», pero perfectamente legales, que son la respuesta a la búsqueda de una sexualidad libre de falsos juegos morales. Se trata de los burdeles («El burdel y el manicomio serán esos lugares de tolerancia» /Foucault), «chupódromos» y esquinas de la plaza («Únicamente allí el sexo salvaje tendría derecho a formas de lo real» /Foucault), lugares clandestinamente encubiertos por las luces bajas, la oscuridad y la noche, donde trabajan bellas o feas, pero todas valientes, prostitutas. Lo cómico es que en el caso de los burdeles, por ejemplo, el panorama se presenta como un fenómeno jurídicamente legítimo, donde se conjugan muy bien la libertad sexual, el respeto y el orden jurídico. La moralidad en estos ambientes y con esta clase de mujeres se transforma en «libertad sexual» como regla central. La norma moral sería aquí “tener sexo” sin machaqueos de censura y autocensura. Lo que se tiene es más bien cierta culpa de no “ocupar” a una de estas mujeres, que se exhiben como mercancía barata y lista, y que trabajan honradamente para ganarse la vida, con el sudor de su frente, esto, legalmente permitido. Allí sí la moral urbana es dejada de lado. Allí sí está permitido jurídicamente tu inmoral comportamiento sexual, tu morbo. El Derecho, así, se desliga de la moral citadina y se dedica más bien a aspectos de orden y seguridad social (control higiénico de las prostitutas, licencias diversas de sanidad, etc). La práctica y el discurso sexual se da en esos ambientes con soltura, descaro y marcada distancia de toda moralidad pacata y urbana. En esos lugares quien no habla de sexo es un tonto, quien no «ocupa» es un simple fisgón al que las féminas desprecian con sus miradas y, a veces, lanzan improperios. Luego, la libertad sexual es amplia, esa es la regla. (Esta es la evidencia más clara de que Moral y Derecho son dos cosas distintas). Pero la realidad en esos ambientes descubre un interesante fenómeno, que el sexo es más que simple coito, es un delirante y angustiado «medio de comunicación», un «método para comunicarse». Lo que el hombre busca en el sexo no es simplemente placer; el acto sexual «implica la más decisiva afirmación de la voluntad de vivir» (Shopenhauer). Debo, por si acaso, decir que yo ¡nunca! he ido a esos lugares. ¡Faltaba más! Sólo hago teorizaciones para diferenciar el Derecho de la Moral.

 

            El pasaje anterior haría recordar ciertos hechos. Antes del siglo XVII -cuenta Foucault- los discursos eróticos eran más abiertos, más libres, menos hipócritas. Había cierta desfachatez en la desnudez, las carnes se bamboleaban entre la sonrisa natural de los demás. Pero a partir de la burguesía victoriana el discurso erótico se fundió en el rincón de lo místico, de lo secreto. Y aunque el cuerpo quería liberarse, el orden social y jurídico lo prohibía. Contranaturaleza de los instintos. El discurso erótico era exiliado al reino del matrimonio, a la alcoba conyugal y reducido a una función reproductora; fuera de allí era inmoral, y drásticamente penado. Así que el silencio cundió ampliamente, y los actos de ocultamiento funcionaban en su máxima expresión. La sexualidad quedó retenida, muda, hipócrita, “la sexualidad es cuidadosamente encerrada. Se muda. La familia conyugal la confisca. Y la absorbe por entero en la seriedad de la función reproductora.... el único lugar de sexualidad reconocida, utilitaria y fecunda: la alcoba de los padres.”, (Foucault). Una acción de poder, política. No olvidar que el discurso sexual nunca ha podido desligarse del discurso político que, como sabemos, no es nada más que la expresión o extensión del poder. Podemos incluso aventurarnos a graficar la trascendencia de la relación del poder con el sexo (y toda relación con el poder tiene que ver con el Derecho) a través de una frase, imputada a Víctor Andrés Belaunde, que dice: “El sexo es el poder de los jóvenes, y el poder es el sexo de los viejos”. Esto indica la relación sexo-poder como factor fundamental de la vida humana; esbozada como característica de vitalidad en los jóvenes y ficcionada como una no resignación en los viejos. Se ve el poder como eje central de la vida de jóvenes o viejos; como centro del cual parte lo demás.

 

* * *

Cabe traer a colación algunas contradicciones históricas entre individuos, moralidad y Derecho; por ejemplo escribe Eduardo Galeano que la reina Victoria era una gran narcotraficante de Opio, la misma introdujo tal droga en la China por medios nada morales, y -ante la oposición del régimen- mediante la guerra. Todo debidamente cubierto, eso sí. ¿No fue ello una gran farsa moral?. No olvidemos que el mayor ramillete de reglas morales nos vienen precisamente de los dictados de esta reina. Sin embargo todos esos actos inmorales fueron históricamente cubiertos, ocultados y convenientemente olvidados.

 

            Por otro lado, se han utilizado argumentos discursivos de toda índole como instrumentos de ocultamiento de la sexualidad, desde los que señalan que el sexo fuera del matrimonio es un “pecado” («Con toda seguridad es legítimo preguntarse por qué, durante tanto tiempo, se ha asociado sexo y pecado... ¿Cómo ha ocurrido ese desplazamiento que,... nos abruma con una gran culpa histórica...?» / Foucault ), hasta los planteamientos de orden moral: el sexo es “inmoral” y por lo tanto malo. Lo neurálgico de ello es que se utilizaron estos argumentos (pecado, malo, etc.) como estrategias de poder para mantener el orden a un nivel subconsciente extraordinariamente eficaz, creando como elemento de represión y de control la mejor arma que se haya podido inventar: la «autocensura» (castigarse uno mismo, al estilo de Santa Rosa de Lima. El látigo para autoflagelarse esta hecho de fibra mental).

 

            Es impresionante que aunque la represión sexual se haya fabricado con flores de trapo el sistema siga funcionando hasta ahora. Incluso en los lugares supuestamente más liberales existe este tipo de represión; por ejemplo, escribe Charles Bukowski que a John Bryan, editor del periódico “underground” Open City, le echaron de su anterior trabajo en otro periódico de mayor prestigio Free Press por oponerse a que le borraran los órganos sexuales al Niño Jesús. En época navideña, esto habría ocurrido en los Estados Unidos de Norteamérica, nada menos. ¿No es eso una gran contradicción?. El país de la libertad no cumple con su primer principio: la libertad. Un dibujo de Heduardo -el sarcástico caricaturísta político peruano- retrata mejor el asunto. Heduardo hace un dibujo de la estatua de La Libertad, que en su posición tradicional, alzando un brazo hacia lo alto, con su cabeza coronada por un sombrero de puntas, esbelta y maciza, dice: «sospecho que estoy haciendo el ridículo».

 

            Volviendo al asunto central. ¿por qué el miedo a ser sexualmente sincero? Aquí funciona un fenómeno central, y no es precisamente el de la moral. El elemento principal del por qué se oculta nuestro deseo sexual tiene sus raíces en lo político. El pudor y el decoro surge de cierto miedo estratégico a ser «mal visto» por el colectivo. Eso significa que no se esconde o disimula el deseo sexual por «moralidad», decencia, ética, etc, sino por «política». Es un asunto político, es decir: adopción de una posición estratégica. De lo que se trata más bien es de adoptar ciertos posicionamientos políticos-económicos. Lo malo de estas operaciones es que la gente se ve anclada en una serie de contradicciones, hipocresías y cinismos, que impiden al individuo y al colectivo desarrollarse libre y creativamente. Así el hombre se ve metido y envuelto en prejuicios. Cuenta Foucault que la represión sexual llega coincidir con el desarrollo del capitalismo, con los modos de produccción, «Del hecho mismo parte un principio de explicación: si el sexo es reprimido con tanto rigor, se debe a que es incompatible con una dedicación al trabajo general e intensiva; en la época en que se explotaba sistemáticamente la fuerza de trabajo, ¿se podía tolerar que fuera a dispersarse en los placeres, salvo aquellos, reducidos a un mínimo, que le perrmitiesen reproducirse?». El sexo «se encuentra enlazada con el honor de una causa política: también el sexo se inscribe en el porvenir.»

 

* * *

            La antigüedad nos da algunos ejemplos de la manipulación del sexo como poder discriminador. En Babilonia, tierra donde se conoce el Código de Hammurabi, por ejemplo, se concebía que la mujer estaba exclusivamente creada para dar placer al hombre, para concebir hijos, para llevar la casa, y nada más. Este era un planteamiento político que diseñaba el mundo en base a un solo poder creador, organizador, decisor: el hombre.

 

            En ese sistema de vida, la mujer casada podía ser repudiada a sola declaración del marido, por causas como por ejemplo esterilidad, enfermedad, condición de mala mujer, etc,. Pero, el hombre además de tener la facultad de repudiar a su mujer, podía, a título de generosidad, conservarla en calidad de esclava. Esto estaba debidamente normado y consentido. No escandalizaba a nadie y era de lo más natural y justo. El Derecho lo contemplaba como un fenómeno de organización social, legítimo y nada escandaloso. Era normal.

 

            En ese sistema –el Babilónico- las diferencias entre hombre y mujer eran a veces extremas; por ejemplo, en caso de adulterio, infidelidad por parte del hombre, éste no recibía castigo, pero la mujer infiel era arrojada al río encadenada. Acto que se consideraba el más justo de todos los actos. Otro caso: la mujer que tuviera amante, de ser encontrada infraganti, era arrojada atada junto a su amante al río. El Derecho que funcionaba era el divino, por ejemplo, si la infidelidad de la mujer era sólo una sospecha, también era arrojada al agua junto con el supuesto amante, sin ataduras; sometiendo a los designios del dios río la inocencia o culpabilidad de los acusados. Habían además otros medios de castigo por delitos sexuales, como la castración y la amputación de la nariz; a los «intermediarios» que ofrecían al público aventuras con mujeres casadas se les cortaba las orejas.

 

            Hay otras notas singularísimas, como el hecho de que el marido podía entregar a su mujer -con hijos y todo- en calidad de prenda, por alguna deuda, al acreedor, por tres años, que con el tiempo fueron extendiéndose, lo que luego se convertiría en una especie de trata de esclavas. El Derecho amparaba todos estos actos, eran por lo tanto legítimos -cuenta Lewinsohn.

 

            Hoy se trata más bien de una relación más horizontal. La mujer ya no está a nivel inferior que el hombre. Las relaciones políticas y jurídicas se van dispersando. El sexo es más libre, pero sólo aparentemente, porque los actos y procesos de ocultamiento siguen funcionando, coadyuvados por valores, instituciones y conceptos tan antiguos como eficaces.

 

            Aun hoy -para decirlo en términos de Papini- quedamos como «víctimas ridículas» de la moral, del engaño, del ocultamiento, de la hipocresía. Hay, pues, la urgencia de atrevernos a decir -como Kant- ¡Sapere aude! ¡Ten el valor de servirte de tu propia razón! O empezar a escuchar al poeta persa Omar Kheyyam: «Atiende mi consejo: renuncia a todo apoyo».



[1] Savater, Fernando. Etica para Amador. Editorial Ariel S.A. Barcelona. Pp. 20.  

[2] Kant, Emmanuel. Filosofía de la Historia. Fondo de cultura económica. Pp. 78.

[3] En Derecho son denominados principios generales del Derecho. ¿Qué son los principios generales del Derecho? Son guías, normas de normas, etc. Esta sin embargo es una conceptualización demasiado deficiente. No dice absolutamente nada completo, nada que la diferencie. Por eso vamos a exponer un concepto extraído de Luis Diez Picazo, Marcial Rubio Correa y que es sintetizado por Juan Carlos Valdivia Cano:

 

“Los principios generales del Derecho son conceptos o proposiciones que informan e inspiran la creación, integración, interpretación, aplicación, reformulación y derogación de las normas jurídicas, y le dan a estos armonía, coherencia, consistencia, sentido, dentro de un determinado sistema jurídico”.

 

 

 
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"Az Empresas", tiene dentro de sus objetivos crear diversas empresas, que tengan como eje central también un producto diferente. He aquí que les presentamos los proyectos que se vienen ejecutando:

 

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